Demasiado Amor

"Por tu culpa empecé a querer a este país. Por tu culpa, por tu culpa, por tu grandísima culpa. Porque tú me llevaste y me trajiste, me subiste y me bajaste, por veredas y caminos, por pueblos y ciudades. Me llevaste en coche, en lancha, en avión, en camión, en bicicleta y a pie. Me llevaste por rincones y explanadas, cerros y cañadas, iglesias, edificios y ruinas. Me llevaste por unos lugares planos y por otros empinados, por puentes de ríos anchos y por puentes de lechos secos, me hiciste subir escaleras, cruzar lagos inmensos, conocer un mar que se secaba la mitad del año y otro que sólo me llegaba hasta las rodillas. Y ahí iba yo atrás de ti y contigo, mirándote, bebiéndote, esperándote para que me hicieras el amor después de tanto recorrido, de tanto polvo, verdor, desolación, calor y lluvia que fuimos encontrando en este país nuestro de cada día.

¿Habrá alguien que conozca tantos hoteles como yo? ¿Alguien que haya escuchado a tantos viejos llenos de recuerdos, visitado a tantos artesanos escondidos en sitios remotos, comprado tantos dulces de sabores insólitos y tantas macetas de formas extrañas?

Me acuerdo cuando te dio por recorrer los hoteles que algún día fueron famosos y distinguidos. Como si tuvieras una deuda pendiente con el país que fue éste hace cincuenta, hace cuarenta años. No hubo entonces viernes sin hacer camino, sábado sin tres comidas harinosas imposibles de digerir, domingo sin albercas llenas de gente, tardes sin jardines abandonados, noches sin cuartos que algún día fueron elegantes y ya estaban tan venidos a menos.

¿Habrá alguien que haya recorrido tantos lugares como yo, cuando te acompañé en ese tu peregrinar por la nostalgia de años que se fueron hace mucho y de gente que ya se murió pero que algún día fue muy rica? En Tehuacán las camas eran tan altas que tuvimos que usar un banco para subirnos a ellas y los colchones de resortes rechinaban tanto que no podíamos dormir de la risa. Y tú te acordabas de unas señoritas tan viejas que vivían allí cerca y que le daban desayuno a tu abuelo cuando huía de los cristeros cargando a sus mujeres y a sus hijos. Luego estaban esa tina con patas, esas paredes que algún día tuvieron color, esos techos de altura descomunal.

En Comanjilla me enseñaste albercas tan hirvientes y amarillas que me dejaban exhausta y yo te enseñé un bosquecito que se veía desde el balcón. En Ixtapan de la Sal el agua me dejó el pelo tan duro que me lo tuve que cortar y montamos tanto tiempo a caballo que luego no me podía sentar. En Tecolutla las casas junto a la playa estaban abandonadas y la alberca vacía tenía una tristeza viejísima. En San José Purúa bajamos por una barranca muy honda y nos bañamos en unas tinas cuya agua subía hasta la mitad del cuarto. En Cuautla nadamos metidos en enormes llantas de coche y por días quedamos oliendo a azufre. En Tasquillo las albercas eran de piso resbaloso, en San Miguel Regla había tanto sol, en Veracruz llovía tanto y en Fortín de las Flores la neblina era tan densa que no se veía la inmensidad de alrededor.

Y en todas partes nos sentábamos cerca de una ventana que daba a un cerro arisco, a una caída de agua, a un jardín sin podar, a un estacionamiento medio vacío. Y luego nos dormíamos, rendidos de tanto manejar, de tanto caminar, de tanto ver. Porque cómo caminamos, cómo hablamos, cómo cortamos flores silvestres, cómo hicimos el amor.

Me acuerdo cuando te dio por probar todas las comidas que se habían inventado en este país. Fuimos por gusanos a Tlaxcala, por pan de huevo a Huejutla, por manzanas a Zacatlán, por pescado frito a Nautla, por huevos de tortuga a Puerto Escondido, por sopes de frijoles al Desierto de los Leones"