Marfil

Si alguien me hubiera preguntado qué demonios estaba haciendo allí, podría haber dado ochenta mil respuestas diferentes y ninguna habría sido la correcta. Ni la verdadera, puestos a ser exactos.

Mi trabajo exigía tanto de mí que a veces me preguntaba por qué seguía haciéndolo, por qué no lo dejaba y, entonces, al pensar lo que supondría tirar por la borda todo el esfuerzo, toda la dedicación, simplemente callaba a mi conciencia y seguía con lo mío.
Los hombres que había allí me habrían matado sin dudarlo si hubiesen podido oír mis pensamientos, pero desde hacía años mi mente era mi único refugio seguro, e incluso de vez en cuando debía controlar mis pensamientos para que nadie leyese en mis ojos las dudas que a veces me embargaban.

Cuando se hacía lo que yo hacía... dudar podía significar la muerte. Desde la distancia me aseguré de que mi puntería fuera precisa. Nadie me cubría, estaba solo... aunque a mi alrededor fuésemos más de quince hombres.

En cuanto empezaron los disparos supe que todo se iría a la mierda. Pero uno..., un disparo en concreto lo cambiaría absolutamente todo.

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Dos semanas después.
Miré la moneda de doscientos pesos colombianos que tenía entre los dedos. Mientras esperaba a que Liam llegase solo pude pensar en una cosa: esas dos caras formaban un todo y nunca llegarían a verse de frente. Parece una tontería, una moneda es una moneda, pero en aquel instante no pude evitar sentirme identificada con ella. ¿Tenía yo dos caras completamente opuestas que nunca llegarían a fundirse en una sola? A veces era complicado entenderme a mí misma. Si me viese desde fuera, en la mayoría de las situaciones de mi vida, estoy segura de que lo único que se me pasaría por la cabeza sería: ¿pero qué demonios haces?

Mi hermana Gabriella muchas veces afirmaba que haber pasado toda nuestra infancia y adolescencia metidas en un internado a siete mil kilómetros de distancia de nuestro hogar nos iba a dejar secuelas. Yo por suerte ya había dejado aquella etapa atrás, a ella por el contrario aún le quedaban dos años intensos de normas estrictas y días nublados. Le faltaban apenas unos meses para cumplir los dieciséis y sus únicas preocupaciones eran que nunca había besado a un chico y que si seguía rodeada de mujeres iba a terminar convirtiéndose en lesbiana. Solo pensar en la cara de mi padre al sopesar siquiera esa opción me sacaba una sonrisa.